miércoles, 30 de enero de 2013

Días sin dormir.

Soy la muchacha mala de tu historia, la que no te olvida y no hace ningún intento, la que da vuelta a la carroza a medianoche, soy la antorcha que se consume bajo el calor áspero de tus manos, la que se embriaga con tu olor de león, la que no deja de decirte: tu presencia hace que nada más exista. Soy la pequeña bruja que hila tus sueños con una línea imaginaria moradora del bosque de tus cabellos, soy la viajera de tus pupilas la mujer de botas a galope, la que arranca una espina amorosa de sus labios, soy la reina que nombras entre gemidos, la niña que encontraste danzando a la soledad, la que aprendió a desnudarse como Dita Von Tesse.

viernes, 25 de enero de 2013

Lucía Pardo


Lucía tiene el cabello marrón oscuro. Está en la universidad terminando su segunda carrera. Es abogada y muy pronto periodista. Trabaja escribiendo sobre política para un periódico nacional reconocido con tendencia izquierdista, y a la vez escribe su primera novela. Le gusta el arte y odia las formalidades, no le gustan los insectos, pero sería incapaz de aplastar alguno. Ama a los gatos, piensan que le suavizan la vida. Tiene una gata llamada Alfonsina. Vive en Barranco, en un pequeño departamento frente al malecón, dónde disfruta de placeres como fumarse un porrito, y tomar vino en su balcón.
Ha tenido dos parejas sexuales, uno de ellos fue la relación más importante de su vida, piensa que dos puede ser un número pequeño, le resulta bastante vulgar tener sexo sólo por placer, o porque algún cuerpo parezca interesante.

Después de su última relación larga, los hombres le resultan incomprensibles y poco relevantes para su vida personal, los trata con distancia o con ironía. Sabe que es una mujer atractiva, y disfruta poder rechazar a ciertos hombres que la pretenden.

Ella tiene las caderas anchas, y la piel rosada. Es alta, tiene las pestañas caídas, el cabello corto y liso. Sabe del poder erótico que tiene su mirada, y de lo atractiva que suele ser con sus distintas personalidades.

Lucía tiene un café preferido muy cerca a su departamento, le gusta la decoración, el café, y los postres que encuentra ahí. Claro, una de las cosas que más le gusta de este lugar es que tiene un pequeño patio dónde tiene el espacio suficiente para colocar su laptop, sus libros y además, puede fumar sin ningún problema.
Cómo todas las noches, Lucía va por una prensa francesa y por un pie de maracuyá, se sienta en el mismo lugar -dónde irónicamente se sentó la primera vez que visitó el café junto con su segundo novio, Mateo Holmes, el hombre que mal o bien, marcó su vida-, prende un cigarro y se queda mirando los árboles que hay al rededor del patio, repasa mentalmente los compromisos que tiene en la semana, mientras sonríe sola.

Un poco más allá hay una pareja que no habla, no ríe, el silencio entre ambos es absoluto. Lucía los observa un momento, por algún motivo él o ella se le hacen bastante familiares, pero su memoria no la ayuda a recordar. Lucía decide empezar a escribir, de pronto mira el mueble que está a su costado y recuerda una de las veces que estuvo con él en ese mismo lugar, hablando de literatura, de arte, y de política. No entiende porqué lo recordó, hace mucho tiempo no tenía ningún recuerdo de él, a pesar de que diariamente visitaba el Café.

Decide darle un espacio a la melancolía, y piensa que aquella vez fue uno de los mejores momentos - que por lo menos ella recuerda- que pasaron juntos. Ella saca un cuaderno y empieza a escribir frases sueltas que se le vienen a la mente - pensando en él claro. Piensa que no lo extraña, pero que quizá de alguna de esas frases nazca algún texto interesante.

Mientras escribe, sonríe recordando ciertas cosas, y se avergüenza recordando que en algún momento lo llegó a odiar. Lucía se pregunta si quizá él sea el motivo por el cual es tan esquiva con los hombres. Y entre sus pensamientos, la interrumpe la discusión de la pareja que se encontraba ahí.
Ella les vuelve a prestar atención, y se queda observando a la mujer que se paró y cogió su bolso, se le notaba un poco ofuscada, era una mujer baja con rasgos un poco toscos, hablaba como niña a pesar de aparentar unos 27 años, luego observa al hombre que se encontraba aún sentado, con el rosto cansado y ojeras pronunciadas, él no decía ni una sola palabra.

Ella se percató que el hombre que estaba sentado la mirada de reojo, mientras la mujer aún parada daba suspiros que denotaban una gran molestia. Lucía decidió dejar de mirarlos, aunque pensaba que la discusión de aquella pareja era una distracción para ella y su trabajo.
Prendió un cigarro más esperando que ambos se calmen o que se vayan, hasta que minutos después la mujer se fue y él se quedó sentando, con un semblante de alivio. Lucía piensa que por fin se terminó la escena, y es momento de empezar a trabajar, aunque no puede dejar de mirar al hombre que estaba a su lado. El rostro se le hacía muy familiar, además de que él le correspondía las miradas, cómo si el también la reconociera de algún lado. Decide empezar a escribir, pero la mirada del él la perturba un poco, siente que no deja de mirarla y se pone nerviosa. Prende un cigarro más mientras él se acerca, Lucía levanta la mirada y le sonríe amablemente, y dispuesta a preguntarle si se conocían de algún lado.
Él con las manos dentro del bolsillo del pantalón le pregunta si puede invitarle un cigarro, ella saca un cigarro de la cajetilla y le ofrece encendedor. Él prende el cigarro mirándole directamente a los ojos, le devuelve el encendedor diciendo - Gracias, Lucía. Y sale del café.

Mientras el camina de espaldas, en la cabeza de Lucía empiezan a desenterrarse decenas de imágenes. No puede creerlo, es Él, es Mateo.

martes, 4 de diciembre de 2012

Barranco


El aire bohemio de Barranco me trae recuerdos de otros tiempos.
Me gusta caminar por esas calles que amo, pasar desapercibida y sentirme liviana ante los ojos de la mayoría de personas.
Pienso que hubo un tiempo en el que regalé rosas, y compré dulces, en el que iba a comprar ropa y también compraba algo para él, pensaba en lo bien que se me vería caminando de su mano con esos jeans. Supongo que todo eso, para siempre será un recuerdo. No volverá a ocurrir, porque no volveré a ver su sonrisa al elegir su ropa, ni le compraré chocolates, ni energizantes, ni coca cola para sus noches largas de estudio, no pasará de madrugada por casa para darme un chessecake o un beso, ni volveré a recibir un mensaje diciendo "Good morning sunshine". Pero está bien que no vuelva a ocurrir, es bueno que no vuelva a ocurrir. Ahora estoy lejos de él y de ese lugar, quizá ahora ya no me siento pérdida ni obligada a ser quien no soy, y ahora camino por las estrechas calles de Barranco con los pantalones semi rotos y una rebeldía que -estoy segura- siempre será su punto débil, a pesar que diga que la encuentra algo absurda.
Me siento con suerte ahora por tener un trabajo que me gusta, porque ahora sé que es lo que no quiero ser, porque me puedo sentar a fumar, escuchar música, reírme sola.
No sé si es bueno sentirse bien lejos de él, supongo que si. Siempre creí que no era bueno tener grandes dependencias. Lo ideal no es no tener dependencias, todos tenemos una de alguna manera, lo ideal es poder llevarlas contigo. Tengo suerte porque él no se volvió una dependencia para mi, puedo vivir lejos de él, sintiéndome odiada, escribiendo de él, quizá a veces recordándolo con cariño. Tengo suerte porque mis dependencias son, casi todas, legales y por lo general caben en mi cartera.

Caminar por Barranco fumando y quizá tomando un poco de vino para aligerar los pensamientos hace que de rato en rato algún recuerdo invada mi cabeza a modo de flash back. Pero ahora pienso que total, ya no importa, por que ahora no importa nada. Y ahí está el verdadero reto, encontrar a alguien que me enseñe a ser menos fría, no pensar tanto en mi, a dejar de lado esa actitud de "no me importa nada". Tranquilo loco, antes era una chica dinamita, ahora no tanto.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Es la vida, es lo que hay.

Me gustan las nuevas pecas de mi espalda y mi nuevo olor a tabaco y cereza. Me gusta parecer loca, fría, indolente y saber que es todo lo contrario, que pocos lo saben y nadie lo entiende. Me gusta pasar desapercibida, casi invisible. Me gusta poder escribir todas esas cosas que nunca diría, y todo lo demás que imagino y la gente juzgaría. Morderme las uñas, escuchar música y bailar frente al espejo, cruzando la pista, fumando en el parque. Ser yo por primera vez y tener un objetivo. Fumar, escribir, tomar vino, caminar sola, tener frío.
Me gusta que sea domingo, darme una ducha y poder escribir. Me gusta luchar por mis ideas imprudentes, por esas ideas que para todos son descabelladas.
Me gusta saber que en un tiempo, todas las personas que me han criticado, que me han insultado, que me han señalado y opinado sin conocer se van a tragar sus palabras.